lunes, diciembre 1, 2025
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Cambio climático y ciberseguridad – CS Hub

El mundo digital se basa en una infraestructura física frágil que incluye múltiples componentes como centrales eléctricas, cables de red y centros de datos. Es muy vulnerable al cambio climático. Los fenómenos meteorológicos extremos, como el aumento del nivel del mar, las inundaciones y los huracanes, amenazan la integridad física de estos componentes.

Por ejemplo, en 2012, el huracán Sandy cortó 11 de los 12 cables transatlánticos de alta capacidad, mientras que tormentas recientes en Estados Unidos causaron daños generalizados a los cables de fibra óptica y torres de telefonía celular, lo que provocó cortes en las redes móviles.

Más allá de las tormentas, la intensificación de las olas de calor, los incendios forestales y las sequías también impactan en la infraestructura física. Durante una ola de calor en el Reino Unido en 2022, dos centros de datos experimentaron fallas operativas, lo que puso de relieve aún más los riesgos de eventos inducidos por el clima cada vez más frecuentes.

Si bien la redundancia dentro de los sistemas ha funcionado para mitigar algunos impactos inmediatos, a medida que estos fenómenos se intensifican, las fallas simultáneas en las redes interconectadas pueden ser inevitables.

Una relación bidireccional

El vínculo entre el cambio climático y infraestructura digital no va sólo en una dirección. Si bien los fenómenos climáticos tienen el potencial de causar daños, el propio ecosistema digital contribuye activamente al cambio climático. Para 2025, se espera que Internet consuma el 20 por ciento de la electricidad mundial y emita el 5,5 por ciento de las emisiones de carbono.

Los principales impulsores de este desarrollo incluyen innovaciones que consumen mucha energía, como nube informática y inteligencia artificial (IA). IA generativa consume alrededor de 33 veces más energía para completar tareas que el software estándar, mientras que algunas estimaciones sugieren que las emisiones de la computación en la nube global superan la suma de las generadas por la aviación comercial.

El costo ambiental no se limita al consumo de energía. La producción de infraestructura y dispositivos digitales depende en gran medida de elementos de tierras raras (REE) como el cobre, el litio y el tantalio. La extracción y el procesamiento de estos materiales causan importantes problemas ecológicos, residuos tóxicos y emisiones de gases de efecto invernadero. Dado que se espera que la demanda de REE se multiplique por 10 o más para 2050, este problema solo empeorará. Además, la eliminación inadecuada de los aproximadamente 50 millones de toneladas de desechos electrónicos que se generan cada año en todo el mundo exacerba la contaminación y las emisiones.

Incluso los intentos de abordar estas vulnerabilidades tienen consecuencias no deseadas. La conectividad a Internet por satélite, por ejemplo, ofrece una solución prometedora para mitigar el impacto físico del cambio climático en la infraestructura terrestre. Sin embargo, los lanzamientos de satélites dañan la capa de ozono y los cambios en la densidad atmosférica impulsados ​​por el clima prolongan la vida útil de los desechos espaciales, poniendo en peligro la funcionalidad de los satélites en órbita. El alcance del cambio climático se extiende más allá de la superficie de la Tierra, planteando riesgos incluso en el espacio.

El papel de la desinformación y la desinformación

El ecosistema digital también alimenta otro factor menos visible que contribuye a la crisis climática: la difusión de desinformación climática. Las plataformas de redes sociales transmiten y amplifican información errónea, distorsionando enormemente la comprensión pública y socavando cualquier acción colectiva vital.

Las campañas con motivaciones políticas funcionan para explotar las crisis climáticas para sembrar división o promover sus propias agendas dañinas. Por ejemplo, los incendios forestales de Los Ángeles en 2025 se utilizaron indebidamente para desacreditar la ciencia climática y las iniciativas de equidad. Estas narrativas generan y alimentan el escepticismo público y retrasan las políticas climáticas críticas, al tiempo que permiten a los líderes que promulgan políticas perjudiciales para el progreso ambiental. Este panorama de desinformación refuerza un ciclo de inacción, exacerbando la crisis climática.

Interrumpiendo el ciclo

Romper el ciclo entre el cambio climático y la ciberseguridad requiere más que resiliencia: requiere una transformación sistémica. Las medidas a corto plazo, como la introducción de redundancia y el refuerzo de la infraestructura, son absolutamente necesarias, pero por sí solas son insuficientes para abordar adecuadamente las causas fundamentales.

Los esfuerzos deben centrarse en la sostenibilidad a largo plazo. Acelerar la transición a fuentes de energía renovables y diversas será crucial para construir un ecosistema digital que pueda resistir la volatilidad climática. Las innovaciones prometedoras, como la reutilización del exceso de calor de los centros de datos para calentar hogares o suministros de agua, deben ampliarse y adoptarse a nivel mundial. Además, adoptar los principios de una economía circular, como la reducción de los desechos electrónicos mediante una legislación sobre el derecho a reparar y la lucha contra la cultura del descarte, reducirá significativamente la presión ambiental.

Los incentivos económicos desempeñarán un papel importante. Ya se está presionando a las empresas para que mejoren la eficiencia energética de los centros de datos y otros componentes, y los ahorros de costos a menudo se alinean con los beneficios ambientales. Medidas como el desarrollo de puertos universales y el desafío a la obsolescencia programada son pasos adicionales hacia la reducción del desperdicio y el consumo de recursos.

Para resolver los desafíos entrelazados del cambio climático y la seguridad de la infraestructura digital se necesitarán estrategias audaces, colaborativas y con visión de futuro. Esto significa que las partes interesadas de todas las industrias, gobiernos y comunidades deben reconocer urgentemente este ciclo que se refuerza a sí mismo. Al priorizar la sostenibilidad y la innovación, será posible proteger los ecosistemas digitales y naturales de los que todos dependemos.

El camino a seguir debe tener visión y compromiso si se quiere proteger la infraestructura actual y construir un futuro más resiliente y sostenible. El cambio climático y la seguridad digital no son cuestiones aisladas; juntos, representan uno de los desafíos más complejos y trascendentales de nuestro tiempo.


El mundo digital depende de una infraestructura física delicada compuesta por centrales eléctricas, cables de red y centros de datos, la cual es muy susceptible al cambio climático. Fenómenos meteorológicos extremos, como el aumento del nivel del mar, inundaciones y huracanes, amenazan la integridad de estos componentes. Por ejemplo, el huracán Sandy en 2012 afectó severamente las conexiones trasatlánticas, mientras que tormentas recientes en EE. UU. causaron daños extensos a la infraestructura de telecomunicaciones.

Además de huracanes, otros eventos climáticos como olas de calor e incendios forestales también ponen en riesgo estas estructuras. En 2022, dos centros de datos en el Reino Unido fallaron durante una ola de calor, destacando la creciente vulnerabilidad de la infraestructura digital frente a fenómenos climáticos cada vez más frecuentes. Aunque la redundancia en los sistemas ha ayudado a mitigar algunos efectos inmediatos, es posible que, con el incremento de eventos extremos, las fallas simultáneas en redes interconectadas se vuelvan inevitables.

Sin embargo, la relación entre el cambio climático y la infraestructura digital no es unidireccional. Si bien los eventos climáticos pueden causar daño, el propio ecosistema digital contribuye al cambio climático. Se estima que para 2025, Internet representará el 20% del consumo eléctrico mundial y emitirá el 5,5% de las emisiones de carbono. Factores como la computación en nube y la inteligencia artificial (IA) son grandes consumidores de energía. Por ejemplo, la IA generativa usa aproximadamente 33 veces más energía que el software convencional, y las emisiones de la computación en la nube podrían superar las de la aviación comercial.

El impacto ambiental del ecosistema digital también está relacionado con la extracción de recursos como el litio y el cobre, necesarios para la producción de dispositivos electrónicos. Esta extracción conlleva consecuencias ecológicas significativas y se espera que la demanda de estos recursos se multiplique drásticamente para 2050. Además, el inadecuado manejo de los aproximadamente 50 millones de toneladas de desechos electrónicos generados anualmente en todo el mundo empeora la contaminación.

Intentos de resolver estas vulnerabilidades a menudo tienen efectos colaterales negativos. Por ejemplo, mientras que la conectividad por satélite podría ofrecer soluciones para mitigar el daño físico a la infraestructura terrestre, el lanzamiento de satélites daña la capa de ozono y contribuye al aumento de desechos espaciales, poniendo en riesgo la funcionalidad de los satélites.

El ecosistema digital también propaga desinformación climática. Las plataformas de redes sociales amplifican información errónea que distorsiona la percepción pública sobre el cambio climático y obstaculiza acciones colectivas urgentes. Campañas políticas muchas veces manipulan crisis climáticas para promover agendas perjudiciales. Por ejemplo, los incendios forestales de Los Ángeles en 2025 fueron utilizados para desacreditar la ciencia climática. La desinformación alimenta el escepticismo público y retrasa políticas ambientales necesarias, creando un ciclo de inacción.

Para abordar el ciclo entre el cambio climático y la ciberseguridad, no solo es necesaria la resiliencia, sino que se requiere una transformación sistémica. Las soluciones a corto plazo, como la creación de redundancias y la fortificación de la infraestructura, son importantes, pero no suficientes. Es crucial enfocarse en la sostenibilidad a largo plazo. Acelerar la transición hacia fuentes de energía renovables y diversificadas es esencial para establecer un ecosistema digital que pueda resistir cambios climáticos. La reutilización del excedente de calor de los centros de datos y la adopción de principios de economía circular, que buscan reducir residuos electrónicos y fomentar el derecho a reparar, son pasos vitales para disminuir la presión ambiental.

Los incentivos económicos también son significativos. Las empresas actuales están siendo incentivadas a mejorar la eficiencia energética en sus operaciones, ya que los ahorros de costos suelen alinearse con beneficios ambientales. La creación de puertos universales y la lucha contra la obsolescencia programada son acciones cruciales para reducir el desperdicio y el consumo de recursos.

En conclusión, afrontar los desafíos vinculados al cambio climático y la seguridad de la infraestructura digital necesita estrategias audaces y colaboración intersectorial. Todos los actores, incluidas industrias, gobiernos y comunidades, deben reconocer la naturaleza interconectada del ciclo que se refuerza. Al priorizar la sostenibilidad y la innovación, se podrá proteger tanto a los ecosistemas digitales como a los naturales de los que dependemos.

Construir un futuro resiliente y sostenible ante el cambio climático requiere visión y compromiso. El cambio climático y la seguridad digital representan uno de los desafíos más complejos y trascendentales de nuestra era, y es esencial gestionar estos problemas interrelacionados de manera efectiva para proteger nuestra infraestructura actual y futura.

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